Gloria Fuertes, nació en Madrid, gata pura, ella misma solía identificarse de esta guisa. Fue en junio de 1917, así que, cuando el viento de la guerra, el infame viento de la asonada franquista, la golpeó en el rostro, ejercía de madrileña con su mejor edad, diecinueve años. Murió en noviembre de 1998 en la misma ciudad de los gatos, así que había cumplido 81 años llevados como mejor pudo.
Le tocó toda la dictadura y un poco de democracia. La dictadura la pasó riñendo con ella. Rondaba los sesenta cuando se la pudo quitar de encima con la promesa, al igual que buena parte de los que empezaron a gozar de las libertades, de “nunca más”. Gloria, como cualquiera de sus conciudadanos, siquiera tarde, abrió, entonces, de par en par las ventanas de su vida restante y el humo de sus sempiternos cigarrillos subió más alto y menos turbio.
Gloria estuvo en la tierra, en un lugar entre negro y gris oscuro durante 58 años, pero a ella le gustaban las corbatas de colores, vestir con chaqueta, de esas que nunca cambiaban de percha, y Franco tuvo que aguantar que “pillara” una Vespa tempranera, tuviera novios que la querían solo por la Gloria, amantes hermosas que se morían por sus besos o rebotarse al verla, un día, disfrazada de guardia civil con bigote. Así que el general no pudo más y se murió por fin. Con su bigotito, canesú, escopetas, cañas y medallas. Y Gloria, ¡al fin!, pudo estar sobre la tierra mucho más a sus anchas. Con ella, todos los demás que estrenamos, como si de comunión terrenal se tratara, nueva vida.
Gloria se murió mucho antes de que ese “nunca más”, que ella y millones de compatriotas se prometieran respecto a un fascismo de cuatro décadas de silencio de cementerio y terror, fuera compromiso que los amigotes de aquel general golpista muerto demasiado tarde, los privilegiados de siempre que no querían soltar lastre o esa España de cerrado y sacristía que perduraba y malvivía entre cirios y troyanos, se empeñaran en romper. Veinticinco años después de su muerte, aquellos calaveras y malas hierbas que son plaga de cualquier sociedad, atacan de nuevo. ¿Para qué? Pues para intentar que no vuelvas a besar a tu Phillis, prohibir que te pongas corbata o impedir que tus versos lleguen a las niñas.
Quienes, todavía, recordamos el frío de la muerte gris, el silencio de unos corderos apriscados en corrales, la lúgubre sombra de las cárceles, los correajes negros con pistolas y sabor a “paseos”, seguimos apretando fuerte tu mano y las manos de todos los poetas que nos precedieron riñendo, a cara de perro, con cualquier fascismo teñido de gris, negro, azules o verdes.
Valga este humilde homenaje en tus bodas de plata con las Parcas a la que no temías demasiado, para recordarte, para recordar todo lo que simbolizaste, para perpetuar tu juventud perdida y tu madurez renacida, la niñez de tu mirada y sonrisa en el invierno de tu vida. Niñez que transmitías a los niños y que estos, cómplices tuyos a muerte, sabían que era de verdad y sin postizos.
Un 29 de noviembre, 25 años y dos días después de tu muerte, el salón de actos de un Museo de Historias zaragozano se pone en pie y recuerda tu vida, tu rostro y tus versos.
29 de noviembre de 2023, Museo de Historias de Zaragoza.
Carlos Tundidor Diaus