INMORTAL V es la quinta edición de un concurso que hace todos los años Imperium Ediciones por estas fechas. San Valero (29 de enero) es la fecha de inicio para la entrega de textos. y en la primera quincena de marzo la entrega de diplomas y la publicación del libro con los ganadores del concurso. En esta ocasión hemos sido dieciocho los autores premiados. El libro actual es una colección de relatos sobre el tema «Zaragoza». Mi relato lleva el título de «Soy, por antonomasia, zaragozano». Transcribo a continuación el texto completo.
Como el que más.
Pocos o pocas podrán presumir de más pedigrí. ¿Se dice así? Podría haberme establecido en la ribera navarra, en las tierras que besan un Ebro algo más joven, por Rioja. Tampoco me hubiera importado. Nada más afincarme escuché ese dicho de “aragoneses, navarros y riojanos, primos hermanos”, y he de reconocer que tiene mucho de cierto.
Reconozco mis dudas entre empadronarme en la capital o en cualquier pueblo de la ribera. En aquellos tiempos no existían los problemas de la España Vaciada, ni era tan acuciante la despoblación como lo es ahora. Lo pienso y sí, si hubiera sido hoy, ¿por qué no empadronarme en Tarazona, Borja o cualquiera de los pueblitos del Moncayo? Me apellidaría turiasonense y ¡tan ricamente!
Pero no, el personal se ha acostumbrado y me cree zaragozano de adopción. Y soy feliz.
Al principio del escrito he alardeado un tanto y quiero explicarme, que nadie diga que soy presuntuoso. Mi ascendiente, comprobado, llega desde la época romana. En el ciento y pico antes de Cristo había tatarabuelos míos, con igual apellido, viviendo por estos pagos. Catón el Censor, lo advirtió en sus crónicas. Romanizado el nombre sí, pero clavado al mío.
¿Es o no es pedigrí?
Que nadie se preocupe, estos alardes no se me suben a la cabeza. Algunas veces, en tiempos invernales, me producen dolor de mollera, que no es lo mismo.
No soy engreído, pero dejad que hable un poco de mí. Cuando me paseo por la ciudad de la que estoy enamorado, incluso por la ribera del Ebro, desde Mequinenza hasta Logroño, no dejo de sentir saludos del personal. Me conocen sinfín de gentes, pocos son los que no han oído nada sobre mí, mis aventuras y desventuras.
Aunque he de decir, en honor a la verdad, que, si bien me tratan, algunos desagradecidos no me tienen mucho aprecio. Y no sé la razón. Mi trabajo es de lo más esencial y puedo asegurar que lo hago a conciencia. Me gusta tanto esta tierra dura, seca, en la que, si hay agua, hay huerta, como cantaba el “Abuelo” que, en ocasiones, en las vacaciones que tengo a lo largo del año, me cuesta esfuerzo desaparecer. Tanto es así, que, a veces, rechazo esos días de asueto y los paso Ebro arriba y Ebro abajo.
¿No lo he dicho? Soy más bien rural. Me afecta mucho la pérdida de cosechas, árboles o la sequía crónica de este valle. Pertinaz sequía como la bautizó un dictador, felizmente fallecido, y su legado, ojalá que fenecido. Lo llegué a conocer. Bajito, antipático, triperas, así los llamamos acá. Lo peor, que era rematadamente malo y de peor fe.
Que estoy desbarrando. Decía que soy rural a pesar de que, a muchos, les sueno, sobre todo, cuando hablan de la ciudad. Si me pillan en el campo, es de los agricultores de los que me preocupo más. Y si, alguna vez, por aquello de los imprevistos, soy la causa de alguna cuita suya, me derrumbo desanimado.
Si apunto detalles −es posible que más de uno ya sepa quién soy− diré que la limpieza es mi caballo de batalla. Me gusta purificar la tierra, el cielo, las nubes, los malos olores, las malas conciencias…
Otra vez la vena vanidosa, pero es cierto. Si seré apreciado por las gentes que viven y habitan en esta ciudad inmortal que, un día, me dieron una sorpresa y pusieron mi nombre a una de las calles. Y no a una calle cualquiera, no, es toda una avenida.
<<Avenida del Cierzo>>.
¿A qué sí, a qué sabes quién soy?