Desde mi ventana

 

Estos relatos y artículos están escritos en una época dura, en la época más dura que un virus, el covid19, revoloteó por un mundo en el que, por un tiempo, los afortunados nacidos al amparo de la riqueza, los afortunados del primer mundo, se sintieron con miedo. Fueron meses en los que, gracias a un organismo viviente microscópico, el mundo se democratizó un poco más. Bien es verdad que nadie hubiera querido que ese igualamiento para todos comenzara merced a que el terror fuera universal.

Meses más tarde, una panacea llamada vacuna devuelve las aguas a su cauce, vacuna a la que los terceros y los cuartos mundos, muy distintos de los llamados primeros, no llegará, o lo hará tarde —ya se sabe, las vidas de africanos, de asiáticos, valen menos que las que tienen la piel de color pálido. Al menos así lo piensan los que viven en ese mundo desarrollado mientras dan una limosna el lunes por la tarde—, suficiente para que mueran unos cuantos millones más de personas que nunca vivirán en urbanizaciones de lujo.

Volverán, seguramente, las aguas a sus cauces. Las gentes de países subdesarrollados, que son las más, tornarán, igual que las cigüeñas a campanarios, a su vida habitual de hambre, de epidemias focalizadas, de la continuación del covid19… Y los ciudadanos/as de los países punteros a mirar por encima del hombro a quienes, los parias de esta historia, huyen de la miseria, de guerras provocadas por los poderosos, casi siempre con rostros de piel pálida.

Esta pandemia pasará, vendrá otra, otras, hasta puede que el miedo vuelva a democratizar, de nuevo, a este planeta tan hermoso que la avaricia, el cinismo y el egoísmo de unos pocos convierten en un basurero. Los derechos, la justicia social, seguirán arrinconadas. Lo único que los miserables de todos los confines africanos o de la mayoría de los asiáticos podrán festejar es que, también, hay parias y miserables en ese primer mundo, un falso Eldorado tristemente deseado.

Unas pocas semanas de aquel confinamiento, de aquellos miedos, de una época extraña que ningún poblador de este astro llamado Tierra hubiera imaginado, son las que intentan condensarse en estas páginas. En forma de relatos breves, historias cortas pero ciertas, y en forma de reflexiones duras, aceradas, pero no menos categóricas, evidentes.

Meses después de haberlos escrito la duda sobre publicar, o no, difundir, o no, me asalta. El bálsamo aparente, veremos si se puede decir dentro de unos años definitivo, de la vacuna, se llame como se llame, al margen de avarientos y monstruosos beneficios del imperio farmacéutico, tiende a olvidar, tenderá a que las gentes olviden el miedo, la pandemia, los horrores que, la avaricia de unos pocos, imponen sobre la mayoría y, sobre todo, para los desdichados sin dinero, sin patrimonio.

Eso es lo que me ha decidido. Vuelvo sobre ellos, sobre las historias, sobre los artículos y resuelvo que sí, a contracorriente de las modas, de los hábitos, publicaré el libro con el título del inicio, eso sí, suprimiendo la apostilla y que podría ser algo parecida a “Pero que volverá un día cercano”.

Será, es un pequeño libro que, si lo dedico a alguien, será a todos los muertos, los fallecidos en primera instancia en residencias y hospitales gracias, fundamentalmente, a los recortes sanitarios decididos durante tanto tiempo por los tipos que gobiernan y que nunca pisan los hospitales de la Sanidad Pública. El virus, el covid19 en este caso, ha tenido menos que ver en los miles de muertos que los recortes y las penurias existentes cuando, de golpe, ese virus que difícilmente se sabrá si se ha transmitido desde un pangolín o desde la probeta de un laboratorio, asaltó nuestros cielos.

Una buena parte de la responsabilidad en esos miles de muertes —¿homicidios?

— la ocasionaron esas menguas criminales dictadas por avariciosos gobernantes.

Confío, también, en que distraigan y aporten. Algunos son duros, otros tiernos, sarcásticos, todos reales como los momentos que transcurrieron y, muchos meses después, seguimos viviendo.

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